Cuando los presidentes de América Latina se reúnan esta semana para la Cumbre de las Américas, se reunirán en un condado de EE. UU. donde casi la mitad de la población general, y más de la mitad de sus jóvenes, se identifican como Latinos. Junto con otros inmigrantes, los Latinos han ayudado a impulsar la economía de Los Ángeles, tanto como empresarios como trabajadores. Pero sufren de manera desproporcionada por la pobreza, encuentran dificultades en la escuela y carecen de acceso regular a la atención médica.

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Miembros de la pandilla Barrio 18 en la cárcel de Quezaltepeque en Quezaltepeque, El Salvador, 16 de agosto de 2012. (Tomas Munita/The New York Times)
Miembros de la pandilla Barrio 18 en la cárcel de Quezaltepeque en Quezaltepeque, El Salvador, 16 de agosto de 2012. (Tomas Munita/The New York Times)

Los latinos de Los Ángeles también son especialmente vulnerables a la violencia. Los Ángeles ha sufrido un aumento en la violencia durante los últimos dos años, concentrado en los barrios de afroamericanos y latinos. La tendencia se repite en otras ciudades de EE. UU., ya que la pandemia de COVID expone las falencias de larga data en seguridad y salud pública.

La violencia también es endémica en muchos de los países latinoamericanos de donde provienen los inmigrantes indocumentados a los Estados Unidos. Quizás ningún país ha sufrido más que El Salvador. La emigración, que aumentó durante los 12 años de guerra civil del país (de 1979 a 1992), ha continuado desde entonces, impulsada por la pobreza, el crimen y la corrupción. Las políticas de deportación de los Estados Unidos han exacerbado la tragedia del país: las poderosas pandillas que provocan gran parte del derramamiento de sangre en El Salvador se originaron de los jóvenes migrantes marginados de Los Ángeles.

Mary Speck de USIP conversó sobre la prevención de la violencia con dos constructores de paz exitosos: Fernando Rejón del Urban Peace Institute, quien ha liderado esfuerzos de intervención de pandillas y de reforma policial en Los Ángeles, y Rosa Anaya, con Catholic Relief Services en San Salvador, quien trabaja para rehabilitar a las personas en el sistema penitenciario.

Fernando, Los Ángeles sufrió una terrible violencia relacionada con pandillas en las décadas de 1980 y 1990. El Departamento de Policía de Los Ángeles (LAPD, por sus siglas en inglés) respondió con medidas que finalmente llevaron a un enorme aumento de la población carcelaria, especialmente de menores. Pero las cosas cambiaron en la última década. Hasta que llegó el COVID, Los Ángeles se movía en la dirección correcta. ¿Qué sucedió?

Fernando Rejón: Los Ángeles en los años 90 tenía la tasa de homicidios más alta que hemos visto. En el condado de Los Ángeles hubo más de 2,000 homicidios en 1992 y en la ciudad de Los Ángeles hubo más de 1,000, la cifra más alta jamás experimentada por la ciudad. Durante los últimos 10 años (si no contamos los años de COVID, los últimos dos años) los homicidios estaban por debajo de 300. Y íbamos hacia cero. Queríamos estar por debajo de 200 y luego por debajo de 100.

Y eso se debió a la inversión y los servicios coordinados entre el gobierno y los líderes comunitarios que se unieron y construyeron una estrategia integral que invirtió una cantidad constante de dinero cada año en las áreas más afectadas. Y eso pagó dividendos.

Ahora estamos viendo que los homicidios aumentan nuevamente. Los homicidios han aumentado un 33% en comparación con 2019. En comparación con el año pasado, creo que subimos un 7%. Entonces somos parte de una tendencia al alza que también estamos viendo a nivel nacional. Estamos presionando para ampliar una estrategia que hemos desarrollado durante los últimos 10 años, que necesita ser revitalizada, recalibrada y ampliada.

Rosa, en los últimos dos meses, el gobierno salvadoreño ha respondido a un aumento en los asesinatos arrestando a más de 36,000 personas. Al igual que Los Ángeles, El Salvador hasta hace poco parecía estar frenando los delitos violentos. Ahora el país parece estar nuevamente atrapado en un ciclo de violencia y represión. ¿Hay formas de romper este patrón?

Rosa Anaya: En Centroamérica, hemos visto muchas iteraciones de políticas de mano dura o puño de hierro. Y una y otra vez, ese tipo de políticas no han funcionado. Lo frustrante es que hay una alternativa. Habían cosas buenas con la aplicación de la ley y el sistema penitenciario, centrándose en lo que realmente significa rehabilitar.

Hemos escuchado a algunos policías hablar de lo frustrados que están porque han visto la alternativa. Han visto lo que es posible hacer, al menos a pequeña escala. Ellos saben que se pueden hacer cosas que tendrían mejores resultados.

De hecho, estamos exponiendo a los niños a más violencia y trauma, lo que significa que se necesitarán muchos más recursos, recursos especializados, para que regresen a un lugar donde puedan ser funcionales en la sociedad.

Fernando, ¿qué hemos aprendido sobre la intervención de pandillas y la prevención de la violencia? ¿Hay alguna lección aprendida de Los Ángeles que pueda ayudar a otras comunidades afectadas por el crimen?

Fernando Rejón: Sabemos que cuando inviertes en las comunidades más impactadas, las familias impactadas y las personas impactadas, ves una transformación en violencia y seguridad. Para detener la violencia de la pareja, se puede abordar la crianza de los hijos, se puede abordar la salud mental. Puedes trabajar con individuos, pero también tienes que trabajar con sus familias. Si se ayuda a estabilizar familias clave dentro de una comunidad, se puede ayudar a estabilizar la comunidad y luego seguir adelante. A nivel social, hay algunos cambios dramáticos que deben suceder. Un cambio en la forma en que se realizan las actividades de la policía, pero también un cambio en la forma en que el gobierno invierte en la construcción de infraestructura en torno a la seguridad y la salud.

Cuando inviertes en los jóvenes, por ejemplo, y brindas alternativas a la violencia, brindas alternativas al estilo de vida que conducirá al encarcelamiento. Esa es realmente una de las mejores inversiones que se pueden hacer.

Rosa, trabajas con reclusos. ¿Cómo ayuda esto a frenar la violencia fuera de las cárceles

Rosa Anaya: Sabemos que hay una conexión entre lo que dice la gente dentro de las cárceles y lo que pasa afuera de las cárceles. No puedes quitarles su influencia. Lo que puedes hacer es enseñarle a esa persona. Dale las herramientas adecuadas para tomar mejores decisiones. Y luego el puede contribuir a construir una visión diferente dentro de la comunidad.

Porque cuando los presos regresan a la comunidad, el impacto que tienen es gigantesco. Y todo lo que hiciste sobre prevención de la violencia se irá por el desagüe porque la persona que acaba de salir de la cárcel dijo haz esto, no aquello.

Nunca he conocido a nadie, ni siquiera al pandillero más feroz, que diga “quiero heredar esta vida a mis hijos”. Nunca. Tienen mucho miedo de hacer algo malo contra sus hijos. Simplemente no tienen ni idea de cómo ser diferentes, de cómo actuar de manera diferente, de cómo guiar a sus hijos hacia tipos diferentes de conexiones.

Fernando, los debates sobre reforma policial son muy acalorados en muchos países. ¿Crees que la actuación de la policía puede cambiar? Y, si es así, ¿cómo?

Fernando Rejón: La actuación de la policía puede cambiar y lo hemos visto a nivel individual. A nivel del departamento de policía, realmente se necesitan campeones fuertes que entiendan y tengan una visión diferente de la labor policial.

En 2020, LAPD estableció la Oficina de Asociación en Seguridad Comunitaria, que es la única oficina en el país que se enfoca en el patrullaje basado en relaciones. Es la labor policial que genera confianza lo que incentiva a los oficiales a involucrar a la comunidad, construir relaciones, proporcionar recursos o referencias. Si las comunidades sienten que las fuerzas del orden público son una fuerza de ocupación que arrestará a sus hijos, derribará las puertas y se llevará a los miembros de la familia, entonces se construirán unas barreras para la relación. Pero si los oficiales conocen a las personas, tienen relaciones y sirven más como guardianes, hay un nivel de confianza. Si hay alguien delinquiendo, la comunidad lo abandonará y dirá que se lo lleven. Ellos han estado ahí afuera, ya sabes, robando, asaltando, disparando. No los quieren en la comunidad de todos modos, ¿verdad?

Realmente está cambiando de una mentalidad basada en el miedo a una mentalidad de trabajar con la comunidad. Algunas personas piensan que eso es imposible, pero realmente podemos cambiar la cultura de aplicación de la ley. Hay oficiales enfocados en la mejorar la confianza del público en construir relaciones. Y en Los Ángeles ahora tienes una oficina, lo que significa que se ha institucionalizado más.

La seguridad pública ha sido el dominio de la aplicación de la ley únicamente. Estamos diciendo que no se trata sólo de la aplicación de la ley. Hay otros grupos, como los trabajadores de intervención comunitaria y otras estrategias basadas en la comunidad que pueden ampliar nuestra comprensión de la seguridad pública.

Rosa, trabajas tanto con presos como con personal penitenciario. ¿Has sido capaz de cambiar las políticas penitenciarias en El Salvador?

Rosa Anaya: Cuando comenzamos a trabajar en las cárceles, las autoridades estaban más sospechosas que impresionadas con nuestros esfuerzos de construcción de paz. Entonces comenzaron a observar mas de cerca. Las autoridades habían iniciado un programa llamado “Yo Cambio” enfocado en habilidades para mantener a los reclusos trabajando. Pero se dieron cuenta que era necesario que ocurrieran cambios a nivel humano. “Yo Cambio” se combinó con nuestro programa de construcción de paz. No solo capacitamos a los reclusos, sino también a los guardias y al personal, lo que creó un entorno de rehabilitación más efectivo. Si se nos pidiese que trabajemos con todos los actores del sistema, podríamos replicar nuestro trabajo con este grupo pequeño a mayor escala.

Y por eso lo que está pasando ahora es tan frustrante porque hemos visto las alternativas. Estábamos generando confianza con diferentes actores: potenciales empleadores, jueces, policías, el personal penitenciario. Sí, el individuo necesita cambiar, pero la comunidad también necesita estar lista. Es importante pensar en todo el sistema en lugar de arreglar al tipo malo. Si no lo hacemos, nunca saldremos de estos ciclos de violencia.

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